Nació cerca de Pisa (Italia) el 15
de febrero de 1564, en una familia de siete hijos. A los 17 años, y siguiendo el
consejo de su padre, un hombre culto y un músico de gran talento, empezó a
estudiar medicina en la Universidad de Pisa. Pero pronto se interesó más por la
filosofía y las matemáticas, y abandonó la universidad en 1585, sin llegar a
obtener el título en medicina.
En 1589 trabajó como profesor de
matemáticas en Pisa, donde se dice que demostró ante sus alumnos el error de
Aristóteles, que afirmaba que la velocidad de caída de los cuerpos era
proporcional a su peso, dejando caer desde la torre inclinada de esta ciudad dos
objetos de pesos diferentes. En 1592 dejó de trabajar allí como profesor y fue
admitido en la cátedra de matemáticas de la Universidad de Padua, donde
permaneció hasta 1610.
SUS DESCUBRIMIENTOS
Descubrió las leyes de la caída
de los cuerpos y de la trayectoria parabólica de los proyectiles, estudió el
movimiento del péndulo e investigó la mecánica y la resistencia de los
materiales.
Apenas mostró interés por la
astronomía hasta 1595, cuando se inclinó por la teoría de Copérnico, que
sostenía que la Tierra giraba alrededor del Sol (llamada teoría heliocéntrica),
desechando el modelo de Aristóteles y Tolomeo (llamado modelo geocéntrico),
según el cual, los planetas giraban alrededor de la Tierra, que estaba quieta en
el centro del Universo, mientras que las estrellas permanecían inmóviles en una
gran bóveda celeste.
Galileo sostenía que las mareas se
debían al movimiento de rotación de la Tierra, y solo la teoría de Copérnico
apoyaba esta idea.
En agosto de 1609 presentó al duque
de Venecia un telescopio de una potencia similar a la de los modernos
gemelos o binoculares. El uso de este nuevo aparato en las operaciones navales y
marítimas le supuso a Galileo duplicar sus ingresos y mantener el cargo de
profesor de por vida.
En diciembre de 1609 Galileo acabó
de construir un potente telescopio, con el que descubrió que la Luna no era
llana, sino que tenía montañas y cráteres. También observó que la Vía Láctea
estaba compuesta por estrellas, que el Sol presentaba sobre su disco ciertas
manchas que, por su desplazamiento, indicaban que el Sol giraba sobre sí mismo,
y descubrió los cuatro satélites mayores de Júpiter.
En marzo de 1610 publicó estos
descubrimientos en su obra titulada El mensajero de los astros. Su fama
le valió para que lo nombraran matemático de la corte de Florencia, donde se
dedicó a investigar y escribir. En diciembre de 1610 pudo observar las fases de
Venus, que demostraban que este planeta giraba alrededor del Sol, tal y como
proponía Copérnico.
GALILEO Y LA INQUISICIÓN
En 1623 publicó Diálogo sobre
los dos principales sistemas del mundo, obra en la que, además de defender
el sistema heliocéntrico, arremetía contra sus enemigos. A pesar del apoyo del
papa Urbano VIII, el libro fue prohibido en 1632 y Galileo citado ante el
tribunal de la Inquisición, con el fin de procesarle bajo la acusación de
“sospecha grave de herejía”.
Tras ser encarcelado, en 1633 fue
sometido a un juicio severísimo en el que, temiendo ser torturado y condenado a
la hoguera, se retractó (abjuró) de sus ideas. Lo hizo de rodillas, aunque al
levantarse murmuró su famosa frase: “E pur si muove” (Y sin embargo —la
Tierra— se mueve —alrededor del Sol).
Fue condenado a prisión perpetua,
aunque debido a su enorme prestigio, se le conmutó la pena por la de vivir el
resto de su vida recluido en su casa. Los ejemplares del Diálogo fueron
quemados y la sentencia se leyó públicamente en todas las universidades de
Italia.
Vivió recluido en una villa de
Florencia hasta su muerte, en 1642. En su última obra, Diálogo sobre dos
nuevas ciencias, resumió todas sus investigaciones sobre el movimiento y la
mecánica (física); consiguió enviar el libro a Holanda, donde fue publicado en
1638, aunque él no lo llegó a ver, pues quedó ciego ese mismo año.
Cuando murió, la Inquisición no
permitió que se le hiciera un funeral público. En 1979, el papa Juan Pablo II
abrió una investigación sobre la condena eclesiástica del astrónomo para su
posible revisión. En octubre de 1992, una comisión papal reconoció el error
cometido por la Iglesia católica.